La fuerza del río que nace en el dique Cabra Corral se transforma en adrenalina y diversión sobre una balsa de rafting. Son dos horas en el agua, a los que se suma un buen asado y las fantásticas vistas del cañón del Juramento. Una excursión ideal para hacer en familia o con amigos.
Además de energía eléctrica, la construcción del embalse y la presa Cabra Corral le regaló a los salteños un río lleno de furia y energía durante todo el año. El Juramento escapó así a las bajantes estacionales propias de todos los cursos de agua de la región, y se transformó en un río perfecto para una actividad de turismo aventura que en la Argentina se practica en la Patagonia y en Cuyo: el rafting.
Esto nació hace más de 20 años, gracias a la iniciativa de Alberto “Grillo” Barthaburu, un apasionado de los deportes de aventura y las actividades en ambientes naturales. Grillo creó Salta Rafting en 1997, para brindar así una posibilidad que en nuestro país es única al norte de la provincia de San Juan.
En los últimos años surgieron otras empresas que organizan excursiones similares, pero la infraestructura que tiene Salta Rafting no tiene comparación. Tanto que posee un quincho amplio y cómodo, en el que se ofrece un asado que está a la altura de la aventura que se va a vivir. Además, tiene muchas balsas, todos los seguros respectivos y un equipo de guías que garantizan seguridad y conocimiento del ambiente.
En cada uno de los diez rápidos que tiene el circuito, las aguas blancas del Juramento barren la superficie de las balsas.
Al agua
La base de operaciones de la empresa está sobre la ruta que lleva desde el dique hasta Metán. Allí, tras el asado (o antes, ya que se ofrecen turnos por la mañana y por la tarde), llega el momento de colocarse todo el equipamiento necesario: casco, salvavidas, botitas de neoprene y, para los más friolentos, también un traje de neoprene.
Los grupos son de seis o siete personas por balsa, inclusive alguno más si hay niños. Aquí una aclaración importante: la actividad está permitida por chicos y chicas a partir de los cinco años.
La adrenalina y la diversión sin límites son el denominador común de cada minuto arriba de los botes.
Antes de poner a flotar los botes, el guía da todas las indicaciones para pasarla bien en forma segura. Luego sí, llega el momento de entrar al agua. La primera parte es muy tranquila, es prácticamente una flotada con una corriente que lleva la balsa río abajo sin mayores movimientos. Pero cuando unos diez o quince minutos más tarde aparece el primer rápido, ya no hay lugar para la calma. Todo es adrenalina, gritos, carcajadas, olas que pasan por encima de las balsas y, cada tanto, guerras de agua con la balsa que pasa cerca.
Son dos horas arriba de las balsas, siempre con el notable marco del cañón del río, que guarda sorpresas como unas huellas de dinosaurios estampadas sobre una pared de piedra que millones de años atrás fue una playa marina.
Al final, después del último rápido, los guías dan vía libre para tirarse al agua y dejarse llevar por la corriente. Es un regalo extra, un bonus track para terminar la excursión bien arriba. La vuelta a la base de operaciones es en colectivos de la misma empresa. Todos están empapados, algunos inclusive con un poco de frío, pero a nadie se le borra la enorme sonrisa que cada uno tiene dibujada en el rostro.
En el agua reina la buena onda y todos la pasan muy bien, desde niños de cuatro o cinco años hasta adultos mayores de 70.