Salta conserva muchísimos testimonios del paso de los señores del Cuzco por la zona, más de cinco siglos atrás. Uno de ellos es el llamado Sillón del Inca, situado sobre una quebrada paralela a la del Toro. Hasta allí llegamos en una fantástica travesía en mountain bike.
En la soledad de los cerros, lejos de cualquier ruta o de algún signo de modernidad, encontrarse con testimonios históricos de más de 600 años de antigüedad es una experiencia que deja una marca profunda. Más aún si son lugares que fueron importantes en sus tiempos de gloria y hoy permanecen olvidados para la mayoría de la gente. En esos casos, uno se siente un descubridor, con la emoción y la responsabilidad que eso implica. Eso fue lo que sentimos unos meses atrás al visitar el sitio conocido como Incahuasi, o Sillón del Inca, en la quebrada de Incamayo, a 3000 metros sobre el nivel del mar.
Llegamos hasta allí en mountain bikes junto a un grupo de amigos. Fue la primera salida que hicimos luego del primer confinamiento, en mayo, cuando se abrió el turismo interno. Esperamos que en los próximos días la situación sanitaria dé para repetir esa etapa…
El Sillón del Inca está situado dentro de un pequeño recinto de 4,5×2,5 metros. Los estudios indican que el asiento no es de origen incaico, pero la construcción sí.
Tras los pasos de Atahualpa
Junto a un grupo de amigos nos internamos por largos senderos de altura, con punto de partida en el paraje Pascha, a 26 kilómetros de la Quebrada del Toro, a la altura del km 72 de la Ruta Nacional 51. Allí hay solamente una antigua capilla de adobe y una prolija y espaciosa escuela-albergue. El plan era llegar desde allí hasta San Lorenzo, pasando por el Sillón del Inca, el Abra de la Cruz y el río Astillero. Nada menos que 56 km, partiendo de 3300 metros sobre el nivel del mar. Sin embargo, este cronista venía de una operación de rodilla y optó por un circuito menos exigente: ir hasta el Sillón, volver a Pascha y de allí en camioneta otra vez a Salta.
A la izquierda y al centro: la salida desde el Sillón del Inca hacia el Este. A la derecha: el cronista de El Influencer en una parada mientras volvía a Pascha.
Partimos muy temprano, comenzamos a pedalear a las siete y media de la mañana, y tras una hora y media arribamos al primer destino. En medio de restos de corrales, puestos de vigilancia, depósitos de granos, senderos y viviendas del Tahuantisuyo incaico, hay un recinto muy bien conservado, de 4,5×2,5 metros, que tiene en su interior, justo frente a la puerta de acceso, un sillón adherido a la pared. Christian Vitry, gran montañista y antropólogo salteño, viene estudiando esta zona desde hace varios años y ha concluido que la construcción es de origen incaico, cuando la zona tuvo un protagonismo central como parte del imperio. Sin embargo, los apoyabrazos del sillón no corresponden al período dominado por los señores del Cuzco, sino que seguramente fueron añadidos luego de la colonización española, cuando este territorio pasó a denominarse Capellanía de Potrero de Incahuasi.
Estos datos históricos le agregan un condimento especial a la adrenalina y los paisajes naturales de los cerros y quebradas. Además, cada tanto se pasa cerca del rancho de algún poblador, que vive prácticamente como lo hicieron sus antepasados cien o más años atrás. Esos valles y quebradas sorprenden con sus formas, sus colores, sus texturas y hasta los aromas que trae el viento.
La capilla de adobe de Pascha, el director y la maestra de su escuela (llevando cartillas a sus 23 alumnos en plena pandemia) y una de las tantas quebradas que se atraviesan para llegar hasta allí desde la Ruta Nacional 51.